Actualmente, una opinión generalizada es que el pasillo sirve en tanto que hay habitaciones a las que acceder, con lo cual se le relega al papel de servidor, de lugar de paso. En la vivienda de ensanche de finales del siglo XIX y principios del XX, los pasillos y recibidores son espacios amplios, están amueblados, son capaces de atraer gran número de actividades, son espacios vertebradores de cruce e interacción. La reforma de esta vivienda dilata aún más este “lugar común” mediante la adhesión de los espacios de reunión social: salita, comedor, office y cocina son secuenciados por los patios interiores acristalados y finalizan en una habitación exterior.

Las viviendas urbanas de ensanche incorporan balcones y galerías de servicio que procuran una salida al exterior y amplían el ámbito de la ventana, pero no son una estancia propiamente dicha, no son capaces de soportar una actividad. La antigua cocina prescinde de su pared posterior para hacer penetrar un fragmento de exterior dentro de casa que, ahora sí, a modo de profunda loggia está dotado de actividad exterior.

La conservación de los suelos, la recuperación y reposicionamiento de todas las carpinterías permite transformar el espacio con sigilo, de forma callada, concibiendo la casa como algo vivo, como algo que responde a las inquietudes y necesidades de sus ocupantes transitorios y que por tanto cambia cuando lo hacen éstos.